Las ideas no son manzanas

Este simple ejemplo de George Bernard Shaw debería ser suficiente para mostrar la diferencia fundamental entre el conocimiento y los bienes materiales. Sin embargo, parece ser la tendencia actual el cubrir al conocimiento con un manto de escasez artificial, impidiendo su difusión para de esta forma asemejarlo a las cosas materiales y tratarlo como a estas últimas.

Este artificio para lograr que las ideas se comporten como las manzanas consiste de marcos regulatorios legales. La idea no es nueva, como lo explica muy claramente Enrique Chaparro, sino que se remonta a finales del siglo XVIII en donde nacen el derecho de autor y las patentes. Lo novedoso es la generalización de la idea de privatizar el conocimiento.

Así como en los comienzos de la llamada «era industrial» fue necesaria la privatización de los medios de producción, ahora se intenta la apropiación del conocimiento humano. Pero, como lo deja en claro el simple ejemplo de Bernard Shaw, este es por naturaleza inagotable y se requiere de mecanismos artificiales para eliminar su capacidad de reproducción infinita.

Así es que, por ejemplo, se patentan algoritmos (ideas puras sobre cómo resolver distintos problemas), métodos matemáticos, secuencias genéticas y proteínas, entre muchos otros ejemplos. Lo que no se tiene en cuenta es que estos «descubrimientos» son sólo el estado actual alcanzado por un proceso evolutivo cultural de varios siglos y, al otorgar la exclusividad de su utilización, se está poniendo una barrera a su continuación.

Triste (y vergonzoso) es ver, por dar otro ejemplo, a universidades públicas firmando acuerdos de confidencialidad con empresas, en el marco de investigaciones relacionadas con la mejora de la producción de alimentos. (¿Cuántos conocimientos previos se utilizarán es esa investigación, amén de los fondos públicos utilizados? ¿No es penoso ver a una Universidad pública ocultando avances científicos que pudieran beneficiar a la comunidad o impulsar nuevos avances?)

Lamentablemente, estamos asistiendo a un nuevo escenario en el mundo del conocimiento y la cultura. Si hemos llegado al grado de avance actual, ha sido gracias a la libre difusión de las ideas (y tenemos grandes muestras en la historia de lo ocurrido cada vez que se intentó ponerle frenos). Parece que muchos están dispuestos a terminar con este proceso evolutivo, a cambio de la explotación del valor económico de la cultura obtenida hasta hoy.

Ortega y Gasset estaría agradecido de que aún hoy la Filosofía no sirva para nada. Tal vez esto evita que la pongan en un frasco o en una caja, la etiqueten y la vendan como un «producto».

Quizás la comunidad científica sea la única que pueda detener el avance de esta tendencia (seguramente ni los gobiernos ni las empresas lo harán). ¿Se prestarán nuestros científicos al comercio del conocimiento? Por ahora muchos meten la cabeza en la tierra…

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